Perpendiculares

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Me rozó. Suave y lentamente. Me rozó con su vértice apuntando a mi esquina perdida.

Sentí que mis lados se estremecían. Mi cateto modificó su rectitud. Mi hipotenusa erizó sus casi infinitos puntos.

Después de permanecer paralelamente, junto a los otros, aquella fue una sensación extraña, pero matemáticamente placentera. Tanto tiempo paralelos, tanto tiempo sin encontrarse nuestras superficies. Y siempre ahí, a menos de un millón de milímetros de distancia.

Nos separamos del resto buscando nuestras áreas, nuestros teoremas, nuestras dificultades trigonométricas. Viviríamos a partir de ese momento el uno perpendicular al otro, con ese liviano roce que hace que lo recto sea curvo y lo curvo sea recto.

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