La gente sale en manadas a la calle. Pasean al perro, compran el pan y saludan al vecino comentando la pasada tempestad. Terrible, terrible.
El aire huele a humedad y a cocido de domingo y las aceras, poco a poco recogen los charcos, que se esconden bajo los baldosas viejas y rotas.
Verdín y líquenes de bajos comerciales en alquiler, garajes y portales de casas deshabitadas reciben los rayos del sol y, como por arte de magia, se tornan estampados, triangulares y de papel.