Al día siguiente

_MG_4471 La gente sale en manadas a la calle. Pasean al perro, compran el pan y saludan al vecino comentando la pasada tempestad. Terrible, terrible.

El aire huele a humedad y a cocido de domingo y las aceras, poco a poco recogen los charcos, que se esconden bajo los baldosas viejas y rotas.

Verdín y líquenes de bajos comerciales en alquiler, garajes y portales de casas deshabitadas reciben los rayos del sol y, como por arte de magia, se tornan estampados, triangulares y de papel.

 

Perpendiculares

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Me rozó. Suave y lentamente. Me rozó con su vértice apuntando a mi esquina perdida.

Sentí que mis lados se estremecían. Mi cateto modificó su rectitud. Mi hipotenusa erizó sus casi infinitos puntos.

Después de permanecer paralelamente, junto a los otros, aquella fue una sensación extraña, pero matemáticamente placentera. Tanto tiempo paralelos, tanto tiempo sin encontrarse nuestras superficies. Y siempre ahí, a menos de un millón de milímetros de distancia.

Nos separamos del resto buscando nuestras áreas, nuestros teoremas, nuestras dificultades trigonométricas. Viviríamos a partir de ese momento el uno perpendicular al otro, con ese liviano roce que hace que lo recto sea curvo y lo curvo sea recto.

Abstracción

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Aquel día dejé de existir tal y como era antes. Ya no era yo.

Poco a poco las notas se habían ido apoderando de mí. Mis latidos se habían convertido en impulsos que me movían adelante y atrás. Las melodías de mi cabeza levantaban mis brazos, retorcían mis piernas, mis pies, mis dedos. Era una sensación de alivio. Flotaba, fluía. Ya no quería que mis extremidades siguieran pegadas a mi tronco. Ya no quería que mis brazos sostuvieran mi cuello.

Ese día mis ojos pasaron a ser dos triángulos azules con textura de madera. Mis pecas eran isósceles rojos salpicados aquí y allá. Mis piernas, dos escalenos. Uno amarillo, otro verde.

Mis rizos ya no eran caracoles pelirrojos, si no equiláteros perfectos que caminaban siguiendo mi ritmo.

Y así, convertida en abstracta, seguí bailando hasta el amanecer.

De paseo (XXIII)

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Salgo a pasear hasta el muelle como cada domingo.

Los barcos descargan carbón.
Los corredores entrenan equipados con todas las secciones del Decathlon.
Las gaviotas vigilan la superficie del mar en busca de carroña plastificada.
Los pescadores sacrifican el cebo esperando conseguir la comida para hoy.

De repente, se pone a llover. Menos mal que llevo chubasquero.

 

Las más cultas del jardín

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Ellas eran las flores más cultas del jardín. Todas las mañanas leían el Diario Clorofílico y compartían sus impresiones sobre las noticias del día. También les encantaba conversar largas horas con las abejas sobre economía y política.

Pero sin duda, lo que más les entusiasmaba era leer a Jane Austen mientras hacían la fotosíntesis e hidrataban sus raíces.

Que tengas un buen día

 

Lámpara de origami
Cada vez que salía de casa miraba cuatro veces en el bolso comprobando si había cogido las llaves, se aseguraba, presionando el botón de seguridad, de que la vitrocerámica estaba apagada y miraba desde el pasillo por la ventana para ver si debía coger paraguas o no.

Y por supuesto, encendía la luz. No contemplaba atravesar el umbral sin mirar hacia arriba y desearle buen día a la lámpara de escamas de serpiente blanca que había comprado en aquel extraño bazar.

Papel

Cuadro de triángulos de origami
Rodeada de papel me despierto. A ambos lados de la cama, triángulos rojos vigilan mis mesillas de noche. Enfrente, flores de papel comienzan a hacer una falsa fotosíntesis al amanecer. Acompañados por la brilla que entra por la ventana, soplan sus pétalos triángulos verdes y grises.

Parece increíble que me de grima su textura.

De paseo XXII

Allá donde empiezan los chupitos de licor café, los gintonics y las hamburguesas nocturnas. Allá donde Goya guarda sus payasos y feos monstruos. Allá donde el arte también está entre las piedras y meadas de perros. Y donde todavía se puede oler el mar y sentir de primera mano la niebla entrando en la ciudad. Allá donde los académicos debaten sobre arquitectura o música. Allá donde comienzan las cuestas arriba para llegar a casa.

Allá se ha quedado un jarrón de papel en el que habita una flor que jamás será olida.

De paseo XXI

cubo de origami en los cañones del Sil

Podía optar por quedar lamentándose por sus imperfectas esquinas pero aquel cubo decidió visitar las clínicas de dientes y las velas en tarros de banderillas mientras era observado por los santos de las paredes. Al final, se quedó viendo pasar las nubes desde el embarcadero. Pensaba que si esperaba allí alguna mano doblaría de nuevo sus caras, encajaría mejor sus picos.

Pero tal vez la tormenta se lo acabaría llevando al fondo del Sil.